Después de dos meses desde el primer instante en que planté mi semilla puedo anunciar que voy a ser padre de una criaturita, y no porque la vaya a hacer socia del Betis. Pasada ya la incertidumbre de las primeras semanas, en las que la fecundación puede asumirse por culpa de las confusas señales manifestadas por el cuerpo de la madre, con motivo de sus nervios, me complace poder confirmar mi paternidad. Me encuentro excitado y con unas ganas enormes de poder cogerlo entre mis brazos, que con una mano debería bastarme. Sueño con el momento de llevarlo al registro como lo trajimos al mundo, desnudo y original, para dotarle de un nombre y que nunca nadie me lo pueda arrebatar. Aún no sé cómo llamarlo y es que todo dependerá de lo que me inspire su rostro, una vez la madre haya dado a luz. Los expertos de bata blanca dicen que probablemente sea pequeño, muy pequeño, pero que eso dependerá de mis genes, aunque a mi elección dejan el resultado final. Estoy seguro de que va a salir al padre, a un servidor; no me cabe la menor duda. Sé que será heredero de mis pensamientos y vivencias, hasta trasladará a la gente el mundo imaginario que habita en mi interior. Ahora sólo me resta, hijo mío, responderme a una pregunta: ¿en tapa dura o en tapa blanda?
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